domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo 10.- La niña en el desván.

Los días pasaban tornándose en semanas y las semanas en meses. Así terminó por fin Septiembre dando lugar a Octubre, y con él un ambiente frío, húmedo y triste, ya que los días eran cada vez más oscuros y callados. Las nubes grises con sus cortinas de lluvia obliteran casi todos los rayos de sol, y el aroma fresco del bosque traía consigo un hedor fino a muerte y temor, como el que se vivía en el resto del país.

- Te enteraste, atacaron a los padres de los hermanos Creevy.
- Dicen que ahora están en San Mugo, en la sala de pacientes especiales, sabes, ellos eran muggles.
- Que terrible, También atacaron la casa de Neville, suerte que su abuela no se encontraba.
- No puedo concentrarme con todas esas terribles cosas pasando afuera.
- Nadie puede concentrarse.
- ¿Supieron del ataque de los dementotes?
- Fue como cuando atacaron a Potter, ¿recuerdan?

Aunque fuera de Hogwarts las cosas se ponían cada vez peores, con nuevas noticias de ataques a familias de alumnos que llegaban a diario, en el colegio las clases continuaban su curso aparentando que no existía nada más allá de sus muros. Aún así las conversaciones por los pasillos no se hacían esperar. Entre todos los alumnos se vivía un incertidumbre secreta que los maestros trataban de opacar con trabajos y difíciles tareas que pobremente mantenían ocupadas las mentes de los alumnos. En especial, las mentes más ocupadas eran las de los de 7° grado, que no podían pensar en otra cosa que no fueran sus clases, deberes y, lo peor, EXTASIS. Los maestros se encargaban de recordarles a cada minuto del día que pronto presentarían esos terribles exámenes. En Transformaciones solo Hermione había logrado la transfiguración humana por completo. En Encantamientos solo ella pudo esconder su pupitre con el encantamiento fidelio. No se diga en pociones, ya que Snape les regresaba a todos, incluso a ella, sus ensayos una y otra vez hasta que se les hinchaba la mano de tanto rescribirlo, y sus pociones nunca pasaban sus estrictos regimenes de calidad. La única materia en la que Harry se sentía sobresalir era DCAO, siendo él el único alumno que tenía algún dominio de la magia antigua, encontrándola mucho más fácil que el resto de su educación mágica, nada de tontas palabras, ni conjuros complicados, menos listas de ingredientes imposibles de memorizar, tan solo dejarse llevar por su corazón. Pese a que trataba de mantenerse lo más lejos del profesor junto con Anny, Winslow ya no había mencionado lo de la ayuda ni esa secreta misión, en parte porque Harry no le daba la oportunidad, pero el muchacho sabía que él no se daría por vencido tan fácilmente.
*
Así, con clases, tareas y entrenamientos de Quidditch, pasaron los días hasta que llegó el fin de octubre. Aquella noche se festejaba la Noche de brujas con una gran fiesta en el castillo, luego de una corta pero productiva visita a la villa de Hogsmeade. Harry se encontraba en el Gran Comedor, solo, esperando porque Anny apareciera. Ahí también se encontraba el resto de los alumnos del colegio, incluso aquellos que fueron ya se encontraban de vuelta. Todos continuaban celebrando la noche, todos menos él, ya que se sentía un tanto preocupado. No había podido ver a Anny en todo el día. Incluso hasta parecía que la chica se la pasaba evitándolo a toda costa. Él deseaba mucho verla, ya que ese día era su cumpleaños y él había traído para ella un regalo muy especial. Finalmente se desesperó y se dirigió a la mesa de Slytherin con Aradia. Como era de esperarse, no fue muy bien recibido, pero no le importó.
- ¿Has visto a Veranna? – preguntó sin rodeos.
- Solo por la mañana. – respondió la chica sin darle importancia.
- ¿Sabes a donde pudo haber ido o donde se encuentra ahora?
- No lo sé. El día de hoy recibió un paquete de casa, un regalo o algo así. Creo que no le agradó mucho, porque luego de abrirlo, salió de la Sala común y no la he visto desde entonces.
- ¿Se te perdió algo, Potter? – la desdeñosa voz de Draco Malfoy se oyó a sus espaldas.
- Bien. Gracias Aradia. – dijo Harry aparentando no haberlo escuchado.
- Te estoy hablando, cara rajada.
Pero Harry siguió sin escuchar y se marchó, como si solo hubiera sido el viento el que se oía. En ese momento estaba más preocupado por su novia.

Harry caminó y caminó por casi todos los oscuros y vacíos pasillos del colegio sin éxito en su búsqueda. De pronto se le ocurrió, subió tan rápido como pudo a la torre de Gryffindor, entró a su alcoba y sacó de su baúl su viejo mapa del merodeador. Una vez en sus manos pronunció quedo: << “juro solemnemente que mis intenciones no son buenas” >>. Un gran número de líneas comenzaron a dibujar el colegio hasta su último pasadizo. Entonces exclamó: << 'te encontré' >> al ver un pequeño puntito con la etiqueta de “Veranna Waller” situado en la torre de astronomía, la más alta del castillo. Inmediatamente se dirigió a ese lugar.
Al llegar, abrió lentamente la puerta y la encontró, de pie, en la orilla junto a la barandilla de piedra, observando hacia la penetrante noche, luciendo un vestido negro y una túnica de terciopelo azul oscuro.
- ¿Qué haces aquí?
- Nada. - respondió Anny mientras su cabello suelto ondeaba con el frío viento de la noche. Sus ojos continuaban fijos en la penumbra distante, con una mirada sombría y triste como Harry no recordaba haberla visto alguna vez.
Se acercó a ella lentamente y la abrazó por la espalda.
- ¿Estás bien?
- Sí. - contestó bajando la mirada y separándose un poco de él, luego caminó hacia el otro extremo de la torre.
- Pues no me parece que estés muy bien que digamos. ¿Porque no has bajado a cenar?, tampoco te he visto en todo el día. ¿Donde has estado?
- Solo quería pensar un rato, estar sola.
- Tengo algo para ti.
- ¿Para mí?
- Sí.
Harry saco un pequeño paquete de su bolsillo y lo abrió. Una cajita de madera que contenía en su interior una delgada cadena de oro con un exquisito guardapelo con una flor grabada.
- Lo encontré en la antigua casa de mi padrino una ocasión que la visité en vacaciones. Me pareció hermoso y pensé que te gustaría. Pensaba enviártelo, pero tenía miedo que lo rechazaras cuando ni siquiera respondías a mis cartas. Cuando volviste conmigo lo guardé para dártelo hoy, porque es justo lo que quería para tu regalo.
- ¿Regalo?
- Sí, hoy es tu cumpleaños.
- Lo recordaste… - murmuró.
Lo abrazó por un buen rato.
- Gracias. - le dijo mientras él so lo ponía. - No debiste molestarte, en serio.
- No fue ninguna molestia, sino todo lo contrario.
- Es hermoso.
Anny lo observó detenidamente por largos minutos, su mirada de tristeza se había ido. Luego lo besó con cariño. Cuando se separaron, ella regresó la vista a la noche, apagando con eso la felicidad de aquel instante.

- ¿En que piensas? - preguntó él luego de unos minutos.
- En nada.
- Aradia me dijo que recibiste un paquete de tu casa.
- Sí, pero no me dieron nada importante. Debo irme a dormir. – la chica se alejó de la barandilla y se encaminó a la salida.
- ¿Quieres que te acompañe al dormitorio?
- ¡No! No es necesario. - Harry se quedó extrañado por la respuesta. - Puedo llegar sola. Nos vemos mañana.

El chico se quedó muy confundido por esa actitud. Permaneció otro largo rato contemplando el bosque y el lago desde la torre, pensando en que le pasaba a Anny. Sin saber porqué, miró hacia sus pies y encontró un trozo de papel arrugado. Lo levantó y comenzó a leer. Era una carta dirigida a Anny.

"Hoy es tu cumpleaños número 18 hija mía, ya eres una niña grande. Y nos guste o no, aún eres mi hija y yo tu madre. He decidido darte una última oportunidad para ser digna de llevar mi sangre pura, ayúdame a conseguir la llave de la inmortalidad para el señor tenebroso. Yo te prometo que tu patético noviecito no sufrirá mucho en sus manos. Sabes que necesitamos de tus habilidades. Ya ha comenzado, han estado llamándote, lo sé, sé que lo has sentido, puedo verte negándolo rotundamente. Siempre fuiste tan cobarde ante tus propios poderes. Pero aún sigo siendo tu madre y te quiero a mi lado, como en los viejos tiempos. Reconoce que no tienes muchas opciones de donde elegir. Piénsalo muy bien antes de condenarte y condenar a los que más amas en el mundo. Tú sabes de quien estoy hablando.

ATTE. Mamá.

PD. Markus te manda saludar. Ya regresó de su viaje y dice que te ha extrañado mucho desde que te fuiste."


Al terminar de leer Harry estaba en shok. Ahora entendía el comportamiento de Anny.

*
Aquella noche Harry tuvo un sueño plagado de pesadillas, como era costumbre, pero parte de sus sueños fue completamente inusual. Luego de haber sido perseguido por Velda y Voldemort como siempre, Harry se encontró de pie en el vestíbulo de una casa antigua, con las ventanas tapiadas, toda llena de polvo y muebles antiguos destrozados. Parecía que nadie la había habitado por años. De pronto escuchó ruidos en el segundo piso. Subió las escaleras lentamente, siempre en guardia. Al llegar hasta arriba de la escalera, siguió un largo y oscuro pasillo que no conocía, al final, había una puerta de madera raída por el tiempo. Harry caminó hasta ella y giró el picaporte. La puerta se abrió con un crujido y rechinido que resonaron en la oscuridad. Luego de la puerta seguían más escaleras que daban hacia arriba, a lo que parecía a un lúgubre y olvidado desván. El interior, tras una puerta aún más vieja, aquel desván lucía como una habitación, muy diferente al resto de la casa. Era un cuarto iluminado por una tenue luz que entraba por una ventana muy alta, la única que existía y en la cual había barras de acero que no daban paso ni siquiera a un gato. Había también una cama individual limpiamente tendida y arreglada, con una muñeca de trapo sobre la almohada. La habitación se observaba limpia y decorada con dibujos de árboles y lagos por doquier. Pero había algo más… frente a la cama había un pequeño escritorio de madera, y frente él, una pequeña niña sentada en su silla, muy concentrada en un dibujo que elaboraba con habilidad. La luz del exterior llegaba justo a donde ella trabajaba.
<< ¿Que hace una niña en un lugar como este? >>, Se preguntó Harry. La pequeña le parecía familiar. Tenía el cabello largo trenzado y de un color oscuro, además usaba gafas redondas como las de él, pegadas con cinta por el centro y estrelladas en los cristales, como si alguien las hubiera pisado. Sus mejillas estaban sucias y su ropa vieja, rasgada y manchada. Harry se acercó lentamente a ella, sintiendo una tristeza que no reconocía.
- ¿Te gusta? - le preguntó ella de pronto, mostrándole el dibujo que acababa de terminar.
- ¿Eh?, sí… es muy bonito. - respondió él con torpeza, mirándole a la cara.
La niña lo observó detenidamente por largos minutos antes de sonreír débilmente y colocar el dibujo de nuevo en el escritorio.
- Sabía que te gustaría. A mi abuelo le gustará también.
La sonrisa de su rostro desapareció al mencionar a su abuelo, y una gran desolación se asomó en su mirada mientras contemplaba dicho dibujo.
- ¿Es para tu abuelo? - inquirió Harry.
- Sí.
- ¿Está él aquí, contigo?
- No.
- ¿Estás tu sola en este…?
Un estruendo se escuchó en el exterior, como si alguien se hubiera aparecido de repente tumbando los objetos a su alrededor. La pequeña se levantó de su silla casi tan rápido como un relámpago. Su rostro palideció de tal forma que Harry creyó que se desmayaría. Unos fuertes pasos se escucharon ahora subiendo por la escalera. La niña corrió y tomó su muñeca de trapo, la cual aferró con fuerza, mientras volvía a refugiarse en un rincón, sin perder de vista la puerta, con terror de que en cualquier momento se abriera. Harry estaba petrificado, sin poder mover un solo músculo de su cuerpo, observaba la escena desde un extremo del desván.
Los pasos dejaron de escucharse, la niña se movió de su rincón y quedó a unos metros de la entrada, expectante. Entonces, la puerta se abrió con fuerza, y un hombre alto, desaliñado y burdo apareció. Sus desagradables ojos claros llenos de maldad observaban sin parpadear a la pequeña, quien chocó contra la pared en su intento de retroceder ante la aterradora imagen del tipo. Sin apresurarse, aquel sujeto cerró la puerta con suavidad, se giró y caminó hacia la chiquilla, que yacía petrificada del terror. Se acercó al escritorio y encontró el dibujo que ella acababa de hacer.
- Que hermoso dibujo, pequeña, ¿también es para tu abuelo?
La niña no contestó.
- ¿Cuando harás uno para mí? - preguntó el hombre.
Siguió sin contestar.
- ¡TE ESTOY HABLANDO! - gritó, mientras tomaba el escritorio y lo estrellaba contra la pared, haciéndolo mil pedazos.
La niña seguía aterrada, con sus ojos llenos de lágrimas, pero su mirada se volvía cada vez más dura, queriendo controlar el miedo y la desesperación.
El hombre sonrió nuevamente con lascivia.
- Tranquila, no voy a lastimarte. Además a tu mami no le gustaría verte llorar. Y… hablando de tu madre… - el se aproximó más a ella y se inclinó para quedar a su altura - … ella no ha llegado aún. ¿Sabes lo que significa? Significa que tú y yo estamos solos, y podremos divertirnos mucho… - el hombre intentó acariciar su mejilla.
- ¡NO! - gritó ella, apartando su mano con un golpe y corriendo hasta el otro lado de la cama.
- Tranquilízate, será divertido. Verás que te gustará.
Harry sentía la terrible necesidad de auxiliarla, de matar ese miserable antes de que le hiciera daño, pero no podía mover su cuerpo para nada. En eso, la puerta se abrió nuevamente. Otro hombre apareció en el umbral.
- ¿Que se supone que haces, Markus?
- Nada, solo divertirme. - respondió el otro, mientras se alejaba de la niña.
- Sabes que a Velda no le gusta que te acerques a su hija, no quiere que la contamines con tu asquerosa sangre mestiza.
- Como si de verdad a ella le importara.
- Pues te apuesto a que te mataría si te encuentra aquí, 'divirtiéndote' con su hija.
- Que venga, si quiere, no me hará nada.
- ¿Tú crees? - se oyó una voz fría a sus espaldas. La figura esbelta de una mujer de tez blanca permanecía de pie en la entrada del desván.
- Ve-velda.
- No descansarás hasta conseguirlo, ¿verdad? Coleman tiene razón, tienes suerte de que no fui yo la que llegó primero, sino, ya estrías muerto. Ningún sangre sucia mestizo se mezclará con mi sangre. Menos alguien como tú.
- Vamos, Velda, tú la detestas, ¿para qué la cuidas tanto? Deberías dejármela un rato para enseñarle un par de cosas.
- Yo sé porque hago lo que hago. Jamás la dejaría a tu cuidado, al menos, no ahora, aún es muy joven para tus 'enseñanzas'.
- Claro que no.
- HE DICHO QUE NO. Tú, ¡sal de ahí! - le ordenó a la niña.
La pequeña caminó despacio hasta su madre. Cuando estuvo frente a ella, Velda la recibió con una bofetada que la hizo caer al piso. Finas gotas de sangre comenzaron a brotar de su labio roto.
- ¡TÚ… APRENDERÁS… A… DEFENDERTE… MOCOSA! - le gritó mientras la golpeaba con una fusta en la espalda. - ¡Déjenos solas! Tengo que darle una lección a mi hija… Veranna.
Una puerta de madera se cerró frente a los hombres y también frente a Harry, haciéndolo despertar abruptamente.

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