domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo 19.- Preparando los EXTASIS.

Una vez en la estación de Hogsmead Harry fue alcanzado por la profesora McGonagall, justo antes de tomar el tren.
- ¡Potter!, necesito hablar contigo.
Lo condujo algo aparte de las curiosas miradas de sus compañeros.
- El profesor Dumbledor me ha dicho que pasarás las vacaciones en el cuartel general – dijo – No desea que estés solo y sin protección. No sé si te has dado cuanta, pero quien-tú-sabes ha estado dando muy poca lata comparada con la última vez que ascendió al poder, últimamente sus mortífagos se han estado escondiendo y no han pasado graves cosas durante el pasado mes. Creemos que están planeando algo, más grave de lo que nos imaginamos. Su falta de atención en ti se está volviendo más y más preocupante, sobre todo para el director, así que no importa a donde pensabas ir. Ahora mismo tomaras un traslador que te llevará hasta tu destino.
- Pero, profesora… - comenzó a alegar Harry.
- Pero nada. No es una petición, es una orden directa y clara.

-0-

Como en otras ocasiones, Harry llegó a aquel vestíbulo de madera y tapices rojos escarlata. Águeda, el ama de llaves, lo esperaba con cara de impaciencia.
- Vamos, te llevaré a tu habitación – le dijo con voz áspera.
- ¿Dónde está el profesor Dumbledor? – preguntó Harry.
- Él se encuentra ocupado en una reunión. Pidió estrictamente que te llevara a tu cuarto y que no salieras de ahí hasta la hora de la cena.
Harry apenas abría la boca para protestar, pero se lo pensó mejor. Después de todo, el haber conseguido un nuevo par de orejas extensibles de los gemelos le fue de mucha utilidad para husmear de vez en cuando a las reuniones de la Orden.

Una vez que Águeda se marchara dejándolo solo, Harry sacó su capa de invisibilidad y se escabulló fuera de la alcoba. No se acercó mucho a la puerta del salón donde se llevaba a cabo la reunión, pero sigilosamente envió una oreja extensible por debajo de la puerta. Comenzó a escuchar atentamente.
- … ¿Dónde puede estar? – se oyó la voz de Lupin.
- ¿Qué rayos está planeando ahora? – agregó la voz de Tonks.
- No lo sé. No permite que nadie interfiera en sus reuniones con esa bruja. Ha dejado instrucciones a todos sus mortífagos para que continúen atacando a diestra y siniestra, pero que no haya nada de rebeliones formales. Sin embargo, es más el tiempo que se marcha dejando a Lucius a cargo que el que se toma para analizar las acciones de éste.
- ¿Estás seguro de lo que dices, Snape?
- Más que eso. Ya no prescinde de sus servidores como antes.
- Dumbledor, ¿usted que opina? – preguntó la voz de McGonagall.
- Estoy preocupado – se oyó decir la cansada voz del anciano. – ¿O Harry ya aprendió a cerrar su mente, o Voldemort ha cerrado su propia mente para evitar que Harry se de cuenta da algo más importante que sus planes de apoderarse de todo el mundo mágico?
- Pero, ¿está seguro de que el muchacho ya no ve cosas ni tiene pesadillas? Yo lo he visto muy distraído y deprimido estas últimas semanas – replicó McGonagall.
- Imagino que ese estado de ánimo no fue provocado por Voldemort. No debemos olvidar que Harry, como cualquier adolescente, también tiene asuntos personales que arreglar. Y tengo la ligera impresión de que ya los solucionó justo cuando lo encontraron merodeando por los terrenos del colegio la mañana antes de venir aquí.
Tanto McGonagall como Snape resoplaron con desaprobación por la despreocupada forma de ver las cosas del director con respecto al comportamiento de Harry.
- Hay otra cosa que me preocupa – agregó Dumbledor. – El profesor Winslow ha estado muy pendiente de los movimientos de la Srta. Waller. Me atrevería a decir que incluso la vigila.
- Esa chica me da mala espina, Dumbledor – dijo con voz misteriosa Lupin. – Harry me dijo que es la hija de Velda. Tengo miedo de que planee algo con su madre.
- Además ella ha actuado muy extraño últimamente – agregó McGonagall.
- Estoy plenamente conciente de la situación familiar de la Srta. Waller, pero ella ha demostrado que trata de ayudar.
- Eso no lo niego, pero algo raro le ocurre. Los sanadores de San Mugo se quedaron muy preocupados por su estado de salud cuando su padre la sacó del hospital sin su consentimiento. Además, se supone que ella y Potter son buenos amigos, pero durante semanas ni se dirigieron la palabra. Tanto uno como otro se veían miserables.
- Eso pudo haber sido algún problema de pareja, ¿no? – inquirió Tonks y todos la voltearon a ver. – Sí, yo sé que ellos dos son más que amigos y habían discutido por algo.
- Es más que eso – dijo Snape en casi un frío murmullo. Harry, que escuchaba a unos metros la conversación, se quedó helado por la impresión. ¿Snape estaba al tanto de su vida personal con su novia?
- Explícate – solicitó quedamente Dumbledor.
- Waller pertenece a la casa de Slytherin, por lo tanto, tengo acceso a ella más que el resto de los profesores. Su extraña actitud no comenzó con las discusiones con Potter, de hecho, me atrevería a decir que esas discusiones comenzaron a causa de su actitud. Ella comenzó a actuar de forma rara alrededor de noviembre. Sus compañeras de cuarto me hablaron de que sufría terribles pesadillas y que cada noche era peor, ella no dormía bien y no dejaba dormir a sus compañeras. Esa chica sabe manejar magia negra muy avanzada, cosas que solo los mortífagos podrían conocer o incluso solo el señor tenebroso.
- Eso es cierto Severus – dijo Dumbledor – ese talento para manejar, no solo la magia oscura, sino también la magia antigua, la ha hecho vulnerable y un blanco fácil de atacar, principalmente por su madre. Según ella me contó, la vida con su madre no fue muy agradable.
- Imagino que no – exclamó McGonagall. – Robinson me dio una lista de todas las fechorías que esa chica hizo en su anterior escuela y me sorprende que lo único que haya hecho aquí solo haya sido hacer volar a la Srta. Parkinson.
- Creo que Harry le ha encontrado el modo y ha aprendido a controlarla un poco – dijo Dumbledor.
- Bueno. Mejor regresemos al tema de la reunión.
- Sí – dijo Snape – Los Horcruxes están resguardados y solo falta uno por destruir. Y solo quedará el señor tenebroso con su cuerpo para recibir la maldición de muerte.
- Fue muy fácil encontrar el último – dijo Lupin – casi no había protección a su alrededor como en los primeros.
- Voldemort se ha vuelta más arrogante que antes y, por ende, más descuidado. Piensa que nadie es tan listo como él como para descubrir su secreto y atacarlo por ese lado.

Conforme avanzaba la reunión, Harry se enteró de que los Horcuxces ya estaban en manos de Dumbledor y que solo faltaba uno por ser destruido. Pero algo había que no encajaba ahí. El hecho de que a Voldemort parecía importarle muy poco sus trozos de alma mutilada tanto que en el último, era mínima la protección que tenía. ¿Acaso ya había encontrado la forma de ser inmortal y no depender de dichos objetos? La puerta del salón comenzó a abrirse y Harry salió disparado hasta su cuarto, donde se encerró y comenzó a meditar sobre los Horcruxes. Sabía que en algún momento Dumbledor le hablaría de ellos y de que solo debería concentrarse en encontrar la forma de derrotar a Voldemort para cumplir con la profecía. Aún así necesitaba de mucho entrenamiento para derrotar a un mago como Voldemort. Harry mejor decidió ya no pensar en eso y se dedicó a estudiar para sus EXTASIS, ya que las últimas semanas no había prestado mucha atención a las clases por estar sumido en su soledad. Ya faltaba muy poco para presentarlos.

La semana de vacaciones pasó volando, mucho más rápido de lo que Harry hubiera querido. En un momento se encontró preparando ya su equipaje para regresar al colegio. En realidad, se sentía feliz de volver porque vería a Anny nuevamente, pero por otro lado, los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina y aún no se sentía preparado. El día previo a regresar Dumbledor entró en la habitación del chico. Lucía pálido y cansado, y más delgado de lo que Harry lo había visto nunca.
- Buenas tardes, Harry – dijo el anciano con voz queda.
- Buenas tardes, señor.
- ¿Ya preparaste tu equipaje?
- En eso estoy.
- Dime si me equivoco Harry, pero creo saber que ya sabes por qué estoy aquí.
Harry no dijo nada. Dumbledor sonrió.
- Las reuniones que celebramos aquí también eran para tu conocimiento. Fue entretenido ver cómo te las ingeniaste para espiarnos. Me parecía que, el invitarte formalmente a las juntas disminuiría la sinceridad de las personas presentes, sobre todo porque los miembros de la orden aún no están al tanto de que tú conoces los horcruxes. Lo que te tengo que decir ahora es algo importante. Como ya sabes, el resto de los horcurxes han sido destruidos, y solo queda el trozo de alma de Voldemort. Aún así, él es un mago extraordinario, así que debemos prepararte muy bien y…
- Profesor… - interrumpió Harry. Dumbledor se quedó muy callado.
En un arranque de inspiración, Harry supo que debía informar al director que ya tenía en su poder las dos partes del medallón, ya que, como él, Dumbledor sabía que Harry era el heredero de Gryffindor. Tal vez el anciano director podría ayudarle a unir esas dos partes y descubrir la maravillosa llave de su poder, y así, destruir a Voldemort.
- ¿Qué sucede, Harry?
- He… he encontrado el trozo que me faltaba del Medallón de Naráva.
- ¿De verdad? – Preguntó Dumbledor sumamente interesado - ¿Dónde?
Harry le habó de que Anny lo había tenido todo el tiempo. Le dijo lo de que ella era la última descendiente del ayudante de Gardo y estaba destinada a encontrar al heredero. Al explicarle esto, Dumbledor entendió el porqué la chica tenía una actitud tan reservada y extraña a la vez. Harry le pidió a Dumbledor que no le comentara nada a nadie, ya que ella había hecho una promesa inquebrantable y podría morir.
- Nadie se enterará de esto – le aseguró Dumbledor. – Ahora, necesito que me muestres esas partes del medallón. ¿Ya intentaste unirlas?
- Sí, pero nada ocurre. Anny piensa que se necesita de algún conjuro o hechizo.
Harry sacó de lo más profundo de su baúl un pequeño saco de piel que era donde guardaba los dos trozos. Se los entregó a Dumbledor, quien comenzó a examinarlos detenidamente. Poco a poco, los unió, pero nada pasó. Luego lo intentó de nuevo, pero murmurando unas extrañas palabras en un leguaje olvidado, pero tampoco funcionó. Durante largos minutos Dumbledor lo intentó, mas no consiguió nada en absoluto.
- Me temo – dijo luego de un rato – que la magia que necesita este medallón es más complicada de lo que pensaba. Necesito estudiarlo con mayor detenimiento.
- ¿Se quedará con él, profesor?
- Solo por un tiempo, si te parece bien. Aún conservo aquel viejo libro rojo que escribió Gardo y creo que ahí es donde viene la clave para unirlo.
- ¿Cuándo sepa algo me lo hará saber?
- Éste Medallón es tuyo, Harry. Por supuesto que te lo haré saber, serás el primero.

-0-

Eran las 11:52 de la mañana y el Expreso de Hogwarts partiría en menos de 10 minutos. Ron y Hermione ya se encontraban en el vagón de los prefectos, y Harry, que apenas había logrado llegar a tiempo para tomar el tren, se hallaba solo esperando en su compartimiento por que Anny apareciera. Los minutos transcurrían muy rápido y Harry se percató de que solo quedaba un par de minutos para salir. Pasaron esos dos minutos y el tren comenzó a moverse. Harry se levantó de su lugar y se dirigía hacia la cabina del maquinista cuando Anny, que por fin aparecía, se plantó en el umbral del vagón.
- ¿A dónde ibas? - preguntó la chica.
- Pues a buscarte – respondió Harry – Pensé que no habías llegado, no te vi abordar el tren ni llegar por la estación. Tenía miedo de que no llegaras.
- ¿Por qué no habría de llegar? – exclamó Anny mientras se sentaba junto a la ventanilla y sacaba su viejo libro negro y se ponía a escribir en él.
- No lo sé – respondió Harry sinceramente mientras se sentaba frente a ella. – Solo tenía miedo. – Y entonces Harry notó que ella esquivaba su mirada. Además que se veía más pálida y delgada que la última vez que estuvieron juntos. - ¿Estás bien? – agregó.
- Sí – contestó Anny, sin apartar la vista de su libro.
- Por favor, no empecemos de nuevo – exclamó Harry. - ¿No te parece que ya sufrimos bastante por la falta de comunicación?
Anny dejó su libro a un lado y levantó la vista para encontrar los ojos verdes de Harry clavados en ella.
- ¿Qué quieres saber?
Harry se sorprendió de aquella respuesta, ya que había sido muy directa.
- Te veo muy pálida y delgada. Solo pasaron unos días desde que nos vimos. ¿Cómo es que te ves tan débil ahora?, ¿estás enferma o algo?
- No me veo tan débil. Ya estaba así antes de las vacaciones, pero cuando fui a verte, mi salud no pasó por tu cabeza… – dijo con simpleza, Harry se quedó muy callado -…o por la mía. Sí he perdido peso, pero es porque ya no he comido bien. Por alguna razón, no siento apetito. Mi sueño ya no es el de antes, me duermo muy tarde y me levanto muy temprano, así que duermo unas 3 o 4 horas diarias cuando mucho. Y como he bajado de peso y no he dormido bien, es natural que me vea pálida. Aparte no he tomado mucho sol que digamos.
- No es normal que ya no te de hambre y la falta de sueño. ¿Por qué no vas con la Sra. Pomfey? Tal vez sepa lo que te pasa.
- No, ella jamás lo sabría. Ni los sanadores expertos de San Mugo o los extranjeros que contrató mi padre jamás lo sabrían.
- ¿Por qué dices eso?
- Harry, tú sabes lo que me pasa. Eres el único que lo sabe. Sé que te preocupas por mí, pero no puedes hacer nada.
Harry se levantó y fue a sentarse a su lado mientras ella regresaba a su libro. Pero él la tomó de la barbilla y la hizo fijar la vista en él.
- Sabes que haría lo que fuera para ayudarte.
- Sí, lo sé. Pero aún así, lo único que puedes hacer por mí es estar conmigo y observar.
- No quiero observar. Quiero sacarlos de tu cabeza. Quiero que te dejen de hacer daño.
Anny levantó su mano y acarició su mejilla.
- Lo sé, pero no puedes.
Lo besó en la frente y regresó la vista a su libro, pero no soltó la mano de Harry durante el resto del viaje.

De regreso en el colegio, Harry jamás pensó que los exámenes estuvieran ya tan cerca. Había vuelto con Anny y era más feliz de lo que había sido desde hace tiempo, pero los soleados días que tenían libres de las clases todos los utilizaban para estudiar. Así que sus reuniones no eran más que visitas interminables a la biblioteca donde no se hablaban, tan solo se limitaba a estudiar y estudiar. El régimen de tareas era sofocante, los hechizos que debían practicar inmensamente difíciles, y los cientos de libros que debía leer para estar al corriente de toda la teoría eran enormes y terriblemente complicados. La mayoría de los alumnos de séptimo y quinto estaban al borde del colapso. El único año donde Harry sintió una presión así por exámenes fue durante sus TIMO’s.

Durante sus largas noches de estudio, Harry no había tenido el tiempo suficiente para platicar con Ron y Hermione, que más que estresados por trabajo, estaban histéricos. Ron sentía estar al borde del suicidio cuando la profesora McGonagall les dijo que para pasar su EXTASIS debían transformar sus respectivos escritorios en perros y tendrían que ser de la raza y el tamaño especificados.
Aquella noche, luego de la cena (a la cual faltaron) y de patrullar los corredores un buen rato, Ron y Hermione cayeron rendidos y hambrientos en los mullidos sillones de la casi vacía sala común. Ahí solo se encontraba Harry, esperándolos con su libro de pociones abierto terminando una larga y horrible redacción, y una bolsa de panqués que Dobby le había llevado para el postre y que sus dos amigos no habían podido probar hasta ese momento.
- Ustedes – dijo Harry señalando a sus amigos - ¿Por qué faltaron a la cena? Se perdieron un estafado con papa delicioso.
- ¡Cállate, que me muero de hambre! – exclamó Ron con fastidio.
- Hemos vigilado todo el castillo, además estuvimos todo el resto de la tarde en la biblioteca haciendo nada más que estudiar – dijo Hermione cansinamente – y tú pareces no preocuparte por nada – concluyó mirándole con desagrado, al notar que él estaba cómodamente sentado, comiendo y escribiendo tan tranquilo como si fuera un hermoso cuento o estuviera inspirado. Harry nunca estaba inspirado cuando se trataba de la tarea para Snape.
- Anny me dijo – comenzó Harry y citó: - ‘si tu problema tiene solución… ¿para qué te preocupas?, y si tu problema NO tiene solución… ¿para qué te preocupas? Haz tu trabajo lo mejor que puedas y deja que los demás se hagan bolas, no cargues con todo’
- Sabia muchacha – dijo Ron – pero ella no es prefecta, así que no tiene que hacer otras actividades aparte de los deberes.
- Mejor dejen de quejarse y coman. Dobby los trajo, están deliciosos.
- Ef fierto, Harry – comenzó a decir Ron, con la boca llena
- Ron… mastica primero y habla después – lo corrigió Hermione.
- Ok – tragó – Harry, estás demasiado tranquilo por los EXTASIS. ¿Acaso no te preocupan?
- No. – Ron y Hermione se miraron desconcertado, así que agregó – Hoy no tengo por qué estarlo, durante las vacaciones estudié la biblioteca de Dumbledor, además, los días pasados me la he pasado con Anny en la biblioteca de la escuela, solo que ustedes y yo nunca coincidimos. Mi agenda consta de 6 días de estrés extremos y uno de total y reconfortante descanso, ni siquiera me voy a tomar la molestia de pensar que estoy en el colegio, solo pienso relajarme para tener energía y cordura para los siguientes 6 días de estrés.
- Buena filosofía. ¿Así que hoy es tu día libre?
- Empezó justo hace 10 minutos.
Hermione revisó su reloj y verifico que ya era domingo desde hacía casi quince minutos.
- Deberíamos hacer lo mismo, Hermione. Otro semana más como ésta y me volveré loco.
- Vaya, Ron, - exclamó Hermione – tienes toda la razón.
Y, acercándose un poco más a él, lo besó en los labios con ternura. Poco a poco, se fueron olvidando que Harry se encontraba con ellos, ya que las manos de Ron comenzaron a bajar peligrosamente por las caderas de Hermione y ella escurría sus dedos por dentro del cuello de la camisa de Ron. Harry, que no le apetecía ser testigo de las expresiones de cariño de sus amigos, carraspeó un tanto fuerte (como para despertar a los habitantes de Hogsmead) y sus amigos se separaron de un brinco.
- Lo siento – murmuró Hermione un tanto ruborizada.
- No lo sientas, - dijo Harry – solo esperen a que me vaya. Pero antes, platíquenme, como les fue con tus padres en las vacaciones.
Hermione sonrió radiante y Ron intentó sonreír, pero más bien logró una mueca extraña, mezcla vergüenza y resignación.
- ¿Tan mal te fue, Ron? – Inquirió Harry.
- No le fue mal – contestó Hermione. – Solo que le cuesta adaptarse un poco a las costumbres muggles inglesas.
- Y, ¿Qué hicieron?
- De todo. Mi padre no se imaginaba que un chico de 18 no supiera manejar un coche común y corriente. Dijo que es algo tan natural en los jóvenes de ahora. Así que se lo llevó para enseñarle.
- ¿En serio?
- Sí
- ¿Cómo te fue?
- Fue horrible. Tenía tantas ganas de hechizar el coche para que el Sr. Granger dejara de decirme ‘no olvides los espejos’, ‘ese no es tu carril’, ‘cuidado con el repartidor de pizza’. Casi me vuelo loco con todas las instrucciones, ‘este es el freno’, ‘este es el acelerador’, ‘este es el clutch’, ‘no olvides los cambios de velocidad cuando se va revolucionando la máquina’. Juro que jamás podré pasar un examen de conducir.
- Pero si sabes conducir. ¿Qué no manejaste un Ford Anglia en segundo? – le recordó Harry.
- Sí, pero ese volaba y se hacía invisible, no necesitaba maniobrar con los pedales al momento de insertar una velocidad.
Harry y Hermione soltaron una carcajada.
- Pues fue divertido. Mi madre intentó enseñarle a qué hora se toma el té y todas las costumbres de un mundo civilizado. Como preparar una tetera sin hacer magia fue todo un reto para Ron.
- Vamos – dijo el pobre chico con sarcasmo – sigan burlándose de mí, insisto.
- No te preocupes Ron. Es casi igual que cuando yo me enteré de que era un mago. No conocía nada de tus costumbres. ¿Recuerdas la primea vez que viajé con polvos Flu o en traslador?
- Eras patético, amigo.
- Exacto. Ahora te toca ser patético a ti.
Los tres rieron.
- Y a ti, ¿cómo te ha ido con Veranna?
- Bastante bien. Ella aún sigue con problemas para dormir pero al menos confía en mí. Estos últimos días no hemos hablado mucho, los deberes nos han mantenido algo ocupados, pero ella parece encontrarse bien.
- ¿Y no se ha arrepentido de… ya sabes? – preguntó Ron de forma perspicaz. Hermione le dirigió una extraña mirada, mezcla indignación y curiosidad.
Harry no respondió inmediatamente. Él mismo no se había puesto a pensar en eso.
- No lo creo – contestó al fin – No me ha dicho nada, pero como te comenté, no hemos hablado mucho últimamente. Además, no es momento de hablarles a ustedes de eso, es mi vida personal.
- Vale, esta bien. Mejor vete a dormir, yo te alcanzo al rato.
- Sí claro.
Dijo Harry mientras recogía sus libros y pergaminos, justo en el momento en el que Hermione se sentaba en las piernas del pelirrojo y le rodeaba el cuello con los brazos.
- ¡Oi! Esperen a que me vaya.

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