domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo 15.- El secreto de Anny.

Finalmente ya iban de vuelta al colegio. Harry buscó en el tren, pero ella no lo abordó. Al llegar al castillo, esperaba impaciente porque ella se apareciera en el Gran Comedor, pero eso nunca ocurrió. Aquello solo significaba una cosa: Anny no había vuelto al colegio con el resto de los alumnos.

Llegó la mañana siguiente. Harry permanecía frente a su plato de cereal moviéndolo con la cuchara pero sin probar bocado. Su mano izquierda sostenía con descuido su cabeza, que oscilaba sutilmente para distraerse, mientras la avena se mezclaba más y más hasta quedar como una pasta amorfa parecida al pegamento. Sin más por que seguir moliendo su desayuno, Harry decidió abandonar el comedor y dirigirse a su primera clase. El chico venía tan absorto en sus zapatos y sus pensamientos, que no se dio cuenta de quien cruzo su camino. Solo fue hasta que percibió su aroma y su esencia, que se percató de que Anny había regresado. Ella se dirigía a la misma aula que Harry y, como de costumbre, iba sola. Harry corrió y la alcanzó en un vacío corredor, bloqueándole el paso. Ella lo miró sorprendida y abstraída al mismo tiempo. El chico quiso hablar, pero en lugar de eso la abrazó fuertemente. Inesperadamente para Harry, ella se aferró a él con tal fuerza que la sintió temblar. Entonces comenzó a sollozar.
- Tranquila. - susurró Harry. Y la condujo fuera de la vista de los alumnos que comenzaban a llegar, logrando entrar en el baño de chicas del segundo piso, Harry sabía que nadie los vería ahí, siendo aquel lugar un sitio que nadie visitaba por su peculiar y estruendosa habitante, que en aquel momento parecía no encontrarse ahí.
- Está bien - le murmuraba Harry al oído - ya estoy aquí, tranquila.
La chica terminó sentándose en el suelo con Harry a su lado. Pasó un buen rato antes de que ella pudiera pronunciar palabra. Harry solo había estado en silencio haciéndole compañía.
- ¿Ya estás mejor?
- Sí.
- Anny…
- Perdón, Harry. Yo no quería preocuparte, pero… ya no puedo más… tengo miedo. - su voz sonaba como él nunca la había escuchado, llena de verdadero terror.
- ¿Miedo de qué? - preguntó el, asustado por el tono de sus palabras.
- De perder el control y que todo se salga de mis manos.
- ¿De qué hablas?
La chica suspiró profundamente.
- Sé que no tengo cara para decirte que me cuentes todo si yo nunca he sido honesta contigo, no completamente. Pero existe de verdad una razón muy poderosa para no haberte involucrado antes. Ahora ya no puedo sola y tengo miedo, sobre todo desde que Winslow llego a Hogwarts.
- ¿Qué tiene que ver él aquí?, ¿Es por lo de la dichosa misión?
- No. Él tiene más que ver de lo que te imaginas. - La chica contuvo un segundo la respiración antes de comenzar. - Él fue un gran aliado de mi madre por mucho tiempo, eso ya lo sabes, lo que no sabes es que luego de una misión, que no sé cual fue, desapareció sin dejar rastro, como si se lo hubiera tragado la tierra. Mi madre estaba furiosa con él y lo buscó durante mucho tiempo con la plena intención de matarlo. Pero nunca lo encontró, y no apareció sino hasta ahora. Él no es un mago cualquiera, es más poderoso de lo que te puedas imaginar, él ha descubierto la verdadera llave de la inmortalidad.
- ¡¿Qué?!
- Sí, sabe como conseguir la inmortalidad, pero también sabe que no está a su alcance, sabe que necesita otra cosa que ha tratado de encontrar desde siempre para ser infinitamente poderoso. Yo creo que por eso desapareció sin dejar rastro, y por eso mi madre lo quería muerto.
- ¿Sabes lo que busca?
La chica se quedó callada. Harry lo interpretó como un 'sí'.
- Prométeme que aceptarás solo lo que te pueda decir, por el momento. - Harry miró atentamente a la chica - ¡Promételo! - insistió ella.
- De acuerdo. Pero primero que nada, quiero saber algo, dime ¿Por qué te lanzaste al lago antes de las vacaciones?
- ¿Me lancé al lago? - preguntó extrañada.
- ¿No lo recuerdas?
- Pues creo que no. Recuerdo mi pesadilla, pero no que me lancé al lago. De lo último que tengo noción es de haber despertado en una sala de San Mugo un día después de que saliéramos, y mi padre ya me esperaba pare llevarme a casa.
- ¿En serio?
- Sí.
- Es extraño que no lo recuerdes. Tal vez todavía estabas dormida y eras sonámbula. ¿Que fue lo que soñaste?
- No quisiera hablar de ello, pero tengo que hacerlo. Ahora tengo que ser honesta contigo. Cada noche que me voy a dormir sueño que me encuentro frente al lago, a punto de meterme en el agua mientras escucho la voz de una mujer que me llama desde lo más profundo. Tú estas a mis espaldas y tratas de detenerme, pero no logras alcanzarme y yo caigo en un abismo negro, terminando en un lugar oscuro y frío. Extrañas figuras de humo me comienzan a rodear y una de ellas intenta entrar en mi cuerpo por mi nariz, como si yo la respirara, pero comienza a ahogarme hasta que caigo derrotada y… muerta. Suena loco, pero si Aradia no me despierta a en una de aquellas ocasiones, siento que ya no estaría aquí.
- Pero, ¿cómo puede ser eso?
- Me han sucedido sueños raros desde aquella ocasión que entré al Valle de las Sombras por ti, pero ahora es mucho peor, mis sueños parecen realidad. Temo que algo haya salido mal y ahora esté pagando las consecuencias.
- Claro que no. Nada pudo salir mal.
- No lo sé, pero me aterra el pensarlo siquiera. Me aterran esos sueños. Me aterra… me aterra…
La chica ya no continuó. Fijó su mirada al espacio como recordando algo muy lejano; luego de unos segundos se cubrió la cara con las manos, como si tratase de protegerse. Harry la abrazó sin siquiera pensarlo, haciéndola sentir segura.
- Aquí no puedo decirte nada. Tenemos que salir del colegio.
- Pero los mortífagos siguen haciendo estragos en todos lados, las familias han comenzado a sacar a los demás alumnos del colegio, creen que ya ni Hogwarts es seguro. Además, en la ciudad todo se ha convertido en un caos completo.
- No es ni la mitad del caos que se hará cuando todo comience de veras.
- Bien, lo hablaremos en Hogsmead, este fin de semana. Pero ahora debemos ir a la clase, sino nos ganaremos un castigo.



Habían pasado varios días desde que regresaron al colegio y Harry no podía estar más ansioso por que llegara aquel fin de semana, ya que aquella nublada y fresca tarde de enero, y pese a las grandes mediadas de seguridad que los acompañarían a la villa de Hogsmead, él y Anny habían quedado en separarse de su grupo y buscar un lugar tranquilo donde pudieran hablar sin restricciones acerca de aquello que mantuvo a la chica tan lejos de Harry por tanto tiempo.
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- Les advertimos – decía McGonagall al grupo reducido de alumnos que se encaminaban ala villa – que al menor indicio de comportamientos sospechosos TODOS regresaremos al castillo inmediatamente, así que les sugiero que se queden en grupos grandes y no se separen, también acudan a las tiendas concurridas, aquellas que aún están abiertas. Bien, ¡vamonos!

Harry y Anny caminaban al final del grupo. Ron y Hermione les ayudarías a encontrar el mejor momento y lugar en el que pudieran desaparecer. Finalmente, todos los alumnos se conglomeraron en las Tres Escobas, Harry cargaba su capa de invisibilidad en una mochila, pero gracias a Parvati y Lavander y su escandalosa discusión por un chico de Ravenclaw, ni siquiera hubo necesidad de sacarla, tranquilamente lograron salir del local sin ser vistos.

Harry llevó a Anny a una cueva en la montaña, misma en la que alguna vez se encontrara con Sirius en 4° grado. Al llegar, encontraron gran cantidad de rocas por doquier y varios derrumbes, entonces Harry recordó que Grawp, el hermano menor de Hagrid, había pasado ahí algún tiempo. Inesperadamente comenzó a llover fuertemente, cosa que no los sorprendió, ya que el día había estado cargado de grandes y pesadas nubes negras que presagiaban casi una tormenta. Entonces, mientras el muchacho encontraba lugares donde sentarse, Anny deambulaba cerca de la entrada, observando la lluvia caer. Ella estaba inusualmente silenciosa y pensativa con sus ojos fijos afuera.
- Esto servirá para sentarnos – dijo Harry a Anny acercando un par de rocas no tan escarpadas. La chica volteó y se acercó, para sentarse frente a él.
Harry encendió una pequeña fogata con su varita y comentó algo para romper aquel silencio.
- Vaya, lugar destrozado. ¿Sabías que Hagrid trajo aquí a su hermano, un gigante sin muy buenos modales?, mira como dejó el lugar…
- No lo sabía, Harry – exclamó ella, mirándolo directo a los ojos. – Lo único que sé es que ya es hora de ser sincera contigo de una vez por todas.
A Harry le sorprendió que ella iniciara la conversación de aquella forma, tan rápida.
- Estoy poniéndote en un riego terrible, – agregó – al igual que a mí, pero lo tienes que saber. Tal vez esto provoque mi muerte prematuramente, pero aún así te diré la verdad, ya que ahora necesito de tu ayuda más que nunca.
Harry se asustó al escuchar aquellas palabras.
- ¿Qué quieres decir con tu 'muerte prematuramente'?
- Que hice un juramento, una promesa inquebrantable, de no revelar a nadie lo que estoy a punto de decirte, aunque mi vida dependiera de ello. Por magia estoy atada a no decir absolutamente nada, solo a la persona correcta, que aún no he encontrado. Por eso no podía decírtelo antes.
- Si es así, no quiero saber nada. Si vas pagar con tu vida revelar ese secreto, no quiero saberlo. - respondió Harry, inquieto, pero ella lo miraba decidida.
- Ya es tarde Harry, ya he roto mi promesa, ahora tendrás que escucharme.
Anny se detuvo un instante. Respiró profundo y comenzó.
- Primero debo comenzar por el origen de todo.
- ¿El… origen de todo?
- Sí. Fue hace más de 1500 años, cuando existió un hechicero aprendiz llamado Merobe, él conoció a un gran mago, de habilidades casi perfectas y gran conocimiento de la magia antigua, ese mago se hacia llamar Cathba Naráva, el "León de Fuego".
Harry quedó sorprendido al escuchar aquel nombre.
- Ese mago - prosiguió Anny - accedió a enseñar a Merobe todo lo que sabía, así que este chico se convirtió rápidamente en un gran hechicero, casi tan hábil como su maestro. Naráva siempre cargaba consigo un hermoso Medallón de oro puro hecho por él mismo, el cual era inmensamente poderoso. A Merobe siempre le pareció muy bello y muchas veces tuvo la tentación de tenerlo, pero nunca se atrevió a quitárselo a su maestro, por cariño y respeto hacia éste. Naráva sabía que lo deseaba, al igual que muchos otros magos, la mayoría tenebrosos. Entonces, uno de esos magos llamado Vercingeth, logró encontrar la forma de arrebatarle el Medallón a su legítimo dueño. Pero fue Merobe el que alertó a su maestro y lograron evitar que lo robara, pero Vercingeth atacó a Naráva cuando dejaba su casa al lado de su familia, una muggle y su hijo. Vercingeth atacó a Naráva con un poderoso maleficio que chocó contra el Medallón, partiendo por la mitad y rebotando hacia él, matándolo al instante. Ese medallón logró que Naráva no muriera al instante, pero sí lo dejó herido de gravedad. Antes de desfallecer, Naráva decidió que ese Medallón sería demasiado peligroso si caía en manos equivocadas, y ya no tenía fuerzas para restaurarlo y esconderlo él mismo, así que pensó que sería mejor dejar las piezas separadas, ya que así no sería tan grande su poder y sería más difícil encontrarlo. Le entregó una mitad a su hermano menor para que la resguardara bajo poderosa magia y sortilegios. La otra mitad se la entregó a su hijo de 10 años para que lo protegiera, y dejó a su hijo a cargo de Merobe, para que lo cuidara y tratara de enseñarle un poco de magia, ya que el muchacho era un squib. Entonces Naráva cayó en un sueño muy profundo, como si estuviera muerto, pero aún no, porque su corazón latía con fuerza. Aquel sueño era tan poderoso que ni siquiera Merobe fue capaz de despertarlo. Por muchos días lo cuidaron esperando a que abriera los ojos, pero nunca pasó. Fue en una noche, cuando todos dormían que Naráva desapareció. Nadie sabe si despertó y se fue, o si se lo llevaron, simplemente desapareció. Con el paso de los años el hijo de Naráva creció, mas nunca aprendió ni una pizca de magia, así que pensó que él era presa fácil para que le quitaran su mitad del medallón, entonces se la dejó a Merobe pidiéndole que la guardara hasta que alguno de su descendencia tuviera el poder de manejarlo, aquel que heredara la magia de su padre. Pasó el tiempo y ninguno de sus hijos tenía habilidades mágicas, así que Merobe pasó el medallón a sus propios descendientes, que han buscado a ese heredero desde entonces. - paró un instante - Por línea directa, mi abuelo es heredero de Merobe, al igual que mi madre y yo. Pero mi madre desde niña quería tener ese medallón tan poderoso, así que mi abuelo nunca le reveló donde lo escondía. Cuado cumplí los 11 años, antes de que me llevara mi padre con él, mi abuelo me reveló ese secreto, haciendo una promesa inquebrantable y me dijo que, cuando llegara el momento, me daría el Medallón. En la noche previa a que Velda y Voldemort atacaran mi colegio, mi abuelo me entregó la mitad del Medallón de Naráva. Ahora lo conservo en mi poder, y solo al legítimo dueño le puedo decir esto, a él y a nadie más, ya que si lo divulgo, me quitarán esa mitad y encontrarán a ese mago. Además existen poderosos enemigos que lo quieren encontrar para eliminarlo y obtener su gran poder. Ese Medallón esconde algo que ni mi abuelo, ni siquiera Merobe y el hijo de Naráva conocían, un secreto importante. Por eso, hay terribles enemigos que lo quieren, no solo por su poder, sino por ese secreto. Esos enemigos ya saben que yo lo tengo y me han atacado en sueños, me persiguen y amenazan. Están acabando con mis fuerzas para poder quitarme el medallón.
- ¿Qué enemigos?
- Mi madre. La única razón por la que no me ha asesinado es porque no le he revelado donde lo tengo, o cómo puede obtenerlo. Ahora le ha prometido a Voldemort que se lo entregaría para hacerlo infinitamente poderoso y poder conseguir la inmortalidad y… matarte. Necesito encontrar a ese heredero pero ya, antes de que de que ellos acaben conmigo. Por eso necesito de tu ayuda. Aún no tengo herederos a quien dejarles el medallón y tú eres el único en quien confío. Sé que te pido demasiado, tú tienes tus propios problemas, pero si no estuviera desesperada, no te lo pediría. Necesito encontrar al Heredero de Naráva cuanto antes para entregarle lo que es suyo por derecho, antes de que sea demasiado tarde. ¿Entiendes lo que te digo?
- Sí, te entiendo.
Harry permanecía en shok. No podía creer lo que acababa de escuchar. Anny se alejó un poco de él, yendo hacia la entrada de la cueva, mientras afuera continuaba el fuerte aguacerazo.
- ¿Qué harás cuando encuentres al heredero? – preguntó Harry.
- Entregarle lo que le pertenece y advertirle que corre un gran peligro.
- ¿Traes ahora el Medallón contigo?
La chicha introdujo su mano al interior del cuello de su túnica y sacó una cadena de la que pendía increíblemente la otra mitad del Medallón que tanto Harry deseaba encontrar. Entonces Harry sacó de bajo su túnica su propia mitad del Medallón de Naráva. Anny quedó petrificada por la impresión.
- No, - dijo con un hilo de voz - no puedes ser… tú…
Harry no sabía que decir, nunca le habló a Anny de sus sueños con el Medallón y estaban peleados cuando él lo encontró. Con el paso del tiempo nunca se imaginó que así lo iba a encontrar.
- Creo que te debo una explicación. Yo he tenido esto desde antes de salir a vacaciones el año pasado y…
- NO - exclamó inesperadamente alterada - no puedes ser tú, porque tú, no debes ser tú…
- ¿Que te pasa? - preguntó Harry, preocupado, intentando acercarse a ella, pero la chica se alejó bruscamente de él.
- No, Harry, ¿porque tenías que ser tú?
- Siento no habértelo dicho antes pero…
- No lo entiendes – exclamó Anny, llorando - ahora jamás podremos estar juntos.
- ¿Que?
- Yo no puedo estar contigo… nunca más.
- Pero, ¿porque?
- Lo siento, Harry, no te imaginas cuanto lo siento.
Anny tomó la mano de Harry y le colocó su mitad del Medallón, le cerró la mano, lo miró unos instantes y luego salió corriendo a la lluvia.
- ¡Anny! - gritó Harry, pero fue inútil, ella se había ido.

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